Eres un terrorista



“Eres un terrorista, Bernardino”, le soltó su padre en medio de la comida, con la cara roja como un pimiento y la boca a punto de explotar y lanzar perdigones de albóndigas por todo el comedor. Y pobre niño, menuda cruz le cayó aparte del susto, porque a partir de ese día, como si de un conjuro se tratara, comenzó a pensar que su cuerpo era una bomba y que podía detonar en cualquier momento.

Empezaron a desfilar por su cabeza un sin fin de enfermedades, hasta las más raras, si cabe, y sin que nadie entendiera el por qué de aquella parafernalia mental. No hubo aparato, ni órgano corporal, ni ningún resquicio de su minúscula anatomía que se salvara del maleficio. “Mi cuerpo explotará, mi cuerpo explotará”, rumiaba. Y como aquello si fuera poco, su padre no dejaba de repetirle, casi a mansalva, “Eres un terrorista, Bernardino, eres un terrorista”, colorado como un cardenal y siempre con la boca llena.

El caso es que, mientras Bernardino se dedicaba a acumular municiones de odio contra su padre y al tiempo que las hojas del calendario se le iban desgastando, su cuerpo se convertía en una territorio minado. Así que inició un interminable camino por los senderos de la medicina. Decepcionado, probó suerte por otro derrotero, el de las terapias alternativas. Pero, una vez más, la travesía resultó estéril y, dijeran lo que le dijeran, no había respuesta que pudiera calmar aquel sufrimiento.

Fue entonces cuando se le ocurrió una idea, una forma de exorcizar el sortilegio; algo ardua, si acaso peligrosa, pero que nunca había probado: grabar a fuego sobre su propio cuerpo los nombres de su tormento. “Si logro escribirlas a todas, ya no habrá necesidad de que aparezcan y mi cuerpo no explotará”, pensó. Y así lo viene haciendo desde hace más de tres años, día tras día; aunque aún, a pesar del esfuerzo, no ha podido trazar la palabra exacta que logre desactivar la bomba.

Fernando Adrian Mitolo  ©
(2011)

Comentarios

Publicar un comentario