La otra historia de David y Goliat (Primera parte)


 
Todos o casi todos conocerán la famosa historia bíblica de David y Goliat, esa del gigante y el joven pastor. Pues, en una excavación realizada hace una semana al norte de una isla perdida en medio del Atlántico, los geólogos acaban de encontrar una tabla de granito en la que una serie de grafismos y caracteres cuneiformes, nos cuentan una historia semejante.

Al parecer, hace aproximadamente seis siglos, en aquella isla, existió un singular hombrecillo apodado David; foráneo pero de raíces isleñas, por las casualidades de su destino, tuvo un curioso y fugaz encuentro con un lugareño llamado Goliat. Sin embargo, de acuerdo a lo inscrito en la tabla, ni aquel David era un joven pastor, ni el susodicho Goliat un simple guerrero gigante. Caballeroso rey castellano el uno y hombre de buenas virtudes el otro, el encontronazo entre ambos no tuvo, ni por asomo,  una pizca de la bíblica reyerta.

 Según cuenta la tabla, aquel solitario encuentro sucedió en una cueva cercana al mar. Al ver a Goliat, el extranjero, deslumbrado por su boca y su mirada azabache, entró en la cueva y se abalanzó sobre él. Quizás él nunca lo supo o, tal vez, ni siquiera tuviera conciencia de ello. Pero, si bien se creyó desarmado —de hecho no portaba honda ni nada que se le pareciera—, llevaba consigo una de las armas más letales con las que derribar a Goliat.

Como en una verdadera batalla, de repente, el castellano desenvainó una daga amorosa y conquistó los oídos de Goliat. Los llenó de palabras y de halagos, le cubrió el cuerpo con sus besos y caricias, todos ellos dulces como la panela y adictivos como la droga más potente jamás conocida. Le hizo promesas, y le propuso visitar su vetusto y lejano reino. Y Goliat, prisionero de sí mismo en medio de un torbellino de emociones, accedió y se prestó a ese precioso juego de seducción.

Finalmente, el rey castellano volvió a su castillo. Pero la distancia no le hizo mella para seguir conquistando el corazón de Goliat. Por su parte, este tampoco abandonó sus consabidos encantos y respondió con cumplidos y lisonjas a los avances  de su amado monarca. Hasta que de pronto y sin apenas advertirlo, una mañana fría y gris como la ceniza, sentado frente al mar encrespado, se dio cuenta de que al igual que el bíblico y joven Goliat, él también había perdido la cabeza a manos de su David. 



Fernando Mitolo ©

Febrero de 2016

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