El corazón indigesto

 
Hay veces que el corazón se indigesta. Algunos dicen que sucede cuando come de más, cuando engulle un bocado tras otro como si fuera a acabarse el mundo. Quizás, si se atragantara, evitaría caer malo. Pero no, sigue comiendo, tragando sin freno. Hasta que entonces estalla y, con el miedo metido en el cuerpo, comienza a dar manotazos de ahogado y a pedir a gritos un S.O.S. que lo rescate de esa ciénaga sentimental.

Hace días que el mío cayó enfermo. Él no hace caso a razones y no quiere dar el brazo a torcer, y lo achaca todo a un problema multiorgánico. Dice que la culpa es de la piel, de los ojos y la lengua, que, tras un encuentro efímero con un antiguo rey castellano, se quedaron huérfanos de sensaciones. Cosas de mi corazón. El caso es que sigue con náuseas, cada día peor, y no hay infusión ni tisana que le quite ese revoltijo.

Yo me pregunto: ¿y si el remedio fuera la locura, una especie de episodio psicótico breve —o mejor no tanto—, que hiciera que mi piel, mis ojos y mi lengua, alucinaran con ese mentado rey, con su tacto, con su mirada y con sus besos, a ver si así, mi corazón, logra un poco de tregua ante semejante indigestión emocional?

Fernando Mitolo ©

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