El laboratorio

De
pronto, un flash de la memoria lo transportó nuevamente al laboratorio.
Como en un carrete de película, volvió a ver cómo aquella madrugada el
baboso organismo salía de su receptáculo y, reptando sigiloso, adhería
su gelatinosa estructura al picaporte. El instinto de Carrizo lo había
hecho ocultarse en el recinto contiguo, aún sabiendo que detrás de
aquella puerta estaba Claudette, su asistente. De pronto, el olor, o
quizás el terror, hizo que su nivel de conciencia descendiera por unos
cuantos minutos. Al despertar, miró hacia la puerta y, de pronto, llegó
el espanto: estaba entreabierta y un tenue rayo de luz violeta dejaba
entrever aquel rostro inhumano. En el suelo, delante de aquello, yacía
Claudette, cubierta por miles de larvas que crepitaban sobre su cuerpo
tras salir de los huevos. Detrás de ella, la masa amorfa y pegajosa
continuaba multiplicándose hasta el infinito. En ese momento, Carrizo se
desmayó. Horas más tarde, al llegar la policía, la claridad de las
linternas hirió sus pupilas y lo sorprendió oculto tras la mesa de
ensayos, absorto y con la mirada fija en el cuerpo despedazado de
Claudette.
FIN
Fernando Adrian Mitolo ©
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