Últimas voluntades


 
 “Querida familia:

Pido perdón por no haber hecho esto de otra forma. Por más que lo he intentado, no he podido dar con una fórmula que me permitiera ir más allá de mi recelo. Para mí tampoco es fácil, no crean. Fue una decisión larga y meditada, y ya no hay vuelta atrás; estoy en un punto sin retorno. Así que les ruego que no me juzguen de cobarde y que acepten esta despedida tal y como se las hago llegar: a través de estas breves y caprichosas líneas en las que, simplemente, les dejo encargadas unas últimas voluntades. Les prometo que, allí arriba, esté donde esté, les estaré siempre agradecido.

En fin, que no quiero que esto se convierta en un melodrama; sobre todo para ti, mamá, que siempre tienes la lágrima a flor de piel, como cuando te desarmas cual mecano cuando ves sufrir a tus heroínas de telenovela. Tú, papá, eres diferente. Los dos sabemos que las emociones nunca han sido tu fuerte. Si ni siquiera te he visto emocionar cuando, de pequeño, gané aquel campeonato de cometas. En cuanto a ti, querido Roberto, poco tengo que reprocharte; solo decirte que ya podrás usar el tocadiscos como te plazca, ya no estaré detrás de ti como si fuera una guardián, vigilando por si dejas caer con demasiada fuerza la púa sobre el vinilo.

Sé que me estoy enrollando en nimiedades. Ya saben que las despedidas nunca han sido santo de mi devoción. Por eso, para no alargarla más, intentaré ir al grano y les enumeraré esta pequeña lista con mis últimas voluntades que, espero, puedan cumplir:

Tú, mamá, no cometas el desatino de dejar mi habitación tal y como está, como si manteniéndola intacta me retuvieras a mí. Desármala, tira los muebles, si quieres. Quita esos posters de Metálica que tantos dolores de cabeza te dieron —exagerada que eras—, y píntala de aquel color que siempre quisiste y yo nunca te dejé.  Eso sí, no la dejes cerrada; ventílala y haz correr el aire. Y ármate allí tu tallercito de costura, deja a papá tranquilo en su estudio, que después se queja de que le ocupas todo el espacio.  

Por cierto, en cuanto a ti, papá, te dejo encargados mis escritos. Intenta ver si cuela, y envíalos de nuevo a aquella editorial de Madrid. Quizás ahora acepten publicarlos. No sería ni el primero ni el último que se hace famoso una vez que ya no está. Por si no lo sabes, están en el segundo cajón del escritorio, en una carpeta azul, cada uno en su funda de plástico y ordenados por fecha. Los micros, déjalos; no eran mi fuerte. Tampoco quiero presumir.

A ti, Rober, te dejo encargada la gata. Y no protestes, que ya te estoy viendo la cara. No te va a dar trabajo, te lo prometo, ya sabes que con comida y agua tiene. Suele comer dos veces al día. Eso sí, por las mañanas, cuando le pongas el pienso, que no sea mucho porque si no vomita. Es lo que tiene levantarse con hambre. Con solo una o dos cucharadas de te, basta. Ah, y no la dejes salir de la cocina hasta después de un buen rato; así, al menos, si echa todo fuera, no hay riesgo de que el suelo quede marcado. Maullará, pero no le hagas caso. Por las noches, en cambio, no hay tanto problema. Otra cosa importante: dos o tres veces a la semana, ponle un poquito de malta mezclada con la comida, un centímetro, más o menos. No lo olvides, en serio, es para que no se le formen bolas de pelo en el intestino. Ya sabes que la última vez, casi no cuenta el cuento. Y agua, que no le falte agua. De los discos, Rober, poco puedo decirte. Creo que ya te lo he dicho todo. Solo eso: trátalos con amor, sobre todo a los de Siouxsie, que son japoneses.

¿Lo ven?, sabía que me olvidaba de algo. Tú, mamá, por favor, busca entre las cosas que hay dentro de la caja de madera, la que está encima de la cómoda, y dale el carnet del gimnasio a Marcos. El del Sports no, el otro. Dile que yo he averiguado y que me han dicho que es transferible, que no sea gandul y que aproveche la matrícula.  Por cierto, dale también la mochila de campamento, que está nueva y es una pena que quede ahí, sin usar.

Pues bien, si por mi fuera, seguiría dando largas. Pero ha llegado la hora y debo partir. Prometo que estaré bien. Saben que mis últimos meses no fueron de los mejores. He sufrido demasiado y ya estoy cansado. Lo he intentado con todo, y aún así, todo fracasó. Siento que haya tenido que pasar esto, y sé que ustedes también sufrirán. Pero no tengo opción, y allí no estaré solo. Y tengan por seguro que, esté donde esté, allí arriba no me faltará ocasión para acordarme de ustedes.

Adios, querida familia. Adios, mamá, papá, Roberto. Los quiero”.



Y estas fueron las últimas letras de Javier, escritas unas pocas horas antes de embarcarse en la nave espacial que lo llevaría en un viaje sin regreso hasta la flamante urbe de Syridian, en los confines de la galaxia de Casiopea, a más de trescientos millones de kilómetros de la Tierra.


Fernando Adrian Mitolo ©

Comentarios

  1. Que linda carta de despedida.....buenísimo lo de la Malta para la gata....muy importante ,jajaja...me ha gustado....

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