Yo en la ventana

 

Al entrar la policía, Borja yacía junto a la ventana en un charco de sangre y con la cabeza destrozada; y entre sus dedos aún la pistola, caliente y custodiada desde el suelo por los prismáticos. Ese día, había vuelto a ver a aquel hombre en la tercera planta del edificio de enfrente, perversamente inmóvil tras la cortina y mirándolo fijo. Y ahí comenzó su derrotero.

      Minutos antes del disparo, farfulló algo incomprensible, tomó los prismáticos y el revólver, y fue hasta la ventana del salón. Enfocó hacia la tercera planta del edificio de enfrente y vio que no había absolutamente nadie. Pero de pronto, los binoculares enfocaron un bulto. Era el hombre.

      Ajustó el objetivo y descubrió que llevaba puesta una camiseta suya; la reconoció por la inicial del bolsillo. Notó que, como siempre, lo observaba con una mirada casi ladina. Entonces acomodó aún más la lente y advirtió, espantado, que lo que había detrás de aquella ventana era su propia imagen empuñando una pistola, acercándose con frialdad hacia su sien, para finalmente dispararse y quedar desplomado junto a un charco de sangre y con la cabeza destrozada.

Fernando Adrian Mitolo  ©

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