La otra cara de Kafka - Un guiño al psicoanálisis
Un pequeño comentario sobre “Kafka y la muñeca viajera”, de Jordi Sierra i Fabra[1]
Todos conocemos al Kafka escritor. Aunque controvertido,
críptico y oscuro, nadie dudaría a estas alturas que, a pesar de ello, fue uno
de los artistas más brillantes del Siglo XX. Su obra, una parte editada en vida
y otra sacada a la luz de forma póstuma gracias a la genial desobediencia de su
amigo Max Brod —recordemos que Kafka le pidió que, tras su muerte, quemara
todos sus manuscritos—, es profusa y variada. Cartas, relatos, novelas o
artículos de revistas entre otras cosas, forman parte de la bibliografía
kafkiana de lectura casi obligatoria.
Sin embargo, tras la muerte del autor y a partir
de un hecho relatado por Dora Aymant —su última novia y compañera—, todo indica
que habría un pequeño epistolario, eso sí, inédito, entre Kafka y una supuesta niña
alemana. Según el relato de Aymant, tras el encuentro con aquella niña, Kafka
habría dejado de lado sus borradores literarios del momento para meterse de
lleno en ese curioso proyecto. Una vez muerto, Klaus Wagenchach, estudioso de su
obra, inició un infructuoso periplo en busca de las pruebas de ese inusitado encuentro
epistolar. A pesar de la búsqueda incesante y casi obsesiva, este jamás logró
dar con aquella misteriosa niña y, mucho menos, con las cartas[2].
De todas maneras, como en el juego del Senku, esa
falta no fue en vano. Con una delicadeza, fidelidad y respeto encomiables, a
partir de esa ausencia, Jordi Sierra i Fabra ha reconstruido de forma magistral
—con una mezcla de realidad y leyenda— las circunstancias que favorecieron ese
encuentro[3]
y que, un año antes de su muerte, empujaron al autor checo a escribir la que
sería su única obra exclusiva, dedicada de puño y letra y en persona a esa legendaria
niña alemana. De hecho, no existe ninguna otra obra de Kafka que tenga estas
características.
Sin extenderme en los vericuetos del libro de
Sierra i Fabra y tan solo a los efectos de situar el contexto, cabe mencionar
que la escritura de esas supuestas cartas por parte de Kafka surge tras
encontrarse con aquella niña llorando sola y desconsolada en un parque de Berlín.
Al preguntarle el motivo de su llanto, esta le dice que es porque ha perdido su
muñeca. A partir de ese momento y como si se tratase de una verdadera demanda
dirigida a él, Kafka siente la imperiosa necesidad de responder. Duda, teme
meterse en un aprieto del cual le sea difícil salir, pero, igualmente, responde.
Sin embargo, su respuesta no será una respuesta cualquiera. Al dolor por una pérdida
en juego y a las puertas de un trabajo de duelo por comenzar, a partir del
relato reconstruido por Sierra i Fabra, Kafka ofrece, sin siquiera saberlo, el
escenario perfecto que tendrá sobre esa niña un efecto absolutamente sanador.
Por tanto, el motivo de este pequeño texto no es,
en absoluto, abordar las cuestiones literarias del legendario epistolario sino,
más bien, tomar esa reconstrucción que de él hace Sierra i Fabra y señalar en
ese texto lo que, a mi entender, de haber existido, este habría tenido de
terapéutico. A pesar de que, en un primer momento y en una primera lectura,
puede entenderse que la historia de la “muñeca viajera” —inventada por Sierra i
Fabra y puesta en boca de Kafka— no es sino un intento de evitarle la tristeza
a la niña del parque, a poco que uno se sumerge entre las cartas, se comienza a
descubrir el verdadero valor de “intervención terapéutica” que estas encierran.
Si bien Kafka duda, por ver en el dolor de la niña
un verdadero abismo en el que puede quedar atrapado —y en esto vislumbra lo
insaciable que puede llegar a ser el deseo de saber de los niños—, acepta el
reto y no apuesta por una solución fácil frente a la pérdida. Ante el dolor por
el objeto perdido, no le ofrece un sustituto, sino palabras, esto es: una
posible significación. Como si se tratase de una chispa, enciende el fuego de
la transferencia y, a cada carta, la niña le lanza una nueva pregunta que, a
modo de ida y vuelta, obliga a Kafka a continuar escribiendo y tejiendo el hilo
de aquella historia inventada. Poco a poco y a medida que las cartas se
suceden, no solo Kafka se tranquiliza, sino que la niña comienza a integrar y,
por tanto, a elaborar la ausencia de su muñeca.
En medio de la relación epistolar, Kafka se
pregunta cómo cerrarla; sabe que no puede hacerla eterna y que debe darle un
final. Nuevamente, la genialidad del checo hace acto de presencia y, como si se
tratase de un salvavidas, mete a la muñeca en la dialéctica del deseo y el
amor. Y no solo eso, sino que nomina a la niña como mentora y facilitadora de
ese deseo. 2x1 en el que Kafka no solo
la enfrenta al deseo del otro como deseo de otra cosa más allá de uno, sino
que, además, la remueve del lugar de la culpa.
Así, con
estas condiciones, la niña pronto estaría lista para dar el paso final y
soltar. Lo hace con su penúltima carta: “Brígida estaba sola, y ya no lo está”, “Es feliz, estoy contenta”[4].
Pero Kafka necesita dar un paso más. Piensa, lo consulta con su compañera,
duda, hasta que, finalmente, actúa. A los pocos días, vuelve al parque y ve a
la niña jugando con otras niñas: “dos amigas recuperadas”, las llama. Y,
efectivamente, se trata de recuperación, pero desde otro lugar: la niña ya no
es la misma. Él tampoco. Kafka se acerca y le entrega la última carta, breve y de
tan solo unas líneas: “Gracias por darme la vida y la libertad para vivirla. Sé
feliz”, dice el papel. Y con ello, le da un paquete. La niña, impresionada, lo
abre: es una muñeca. Kafka le dice que se llama “Dora”, como su amada.
Está claro
que este paso era un paso innecesario para la niña. Sabemos que la pérdida es
irrecuperable. Hay en juego un final de duelo, un cierre. Por tanto, y esto es
otra cuestión, quizás en este punto ya no se trate del duelo de la niña, sino
del suyo.
Fernando
Mitolo©
Mayo de 2018
Imagen extraida de: www.la casadellibro.com
[1]
Jordi Sierra i Fabra: “Kafka y la muñeca viajera” - (Siruela – 2006)
[2]
Para más detalle, ver: César Aira: “La muñeca viajera” - (El País, del 8 de
mayo de 2004)
[3]
Jordi Sierra i Fabra, ibid
[4]
Jordi Sierra i Fabra, ibid
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