Depresión y agotamiento - La otra cara de la positividad


Comentarios sobre “La sociedad del cansancio”, de Byung-Chul Han[1]

(imagen extraida de www.casadellibro.com)
Hace exactamente una década, un slogan de tan solo tres palabras y cargado de idealismo, comenzó a inundar el omnipresente universo de las redes sociales y la comunicación globalizada. Sin embargo, detrás de aquel enunciado aparentemente inocente y esperanzador, se escondía la siniestra enunciación que, hoy en día, delimita la filosofía y valores de nuestra sociedad. Se trataba del famoso: “Yes, we can”.

Pues bien, este es uno de los puntapiés de salida con que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han comienza a tejer la telaraña que da forma a su ensayo: “La sociedad del cansancio”. En él, Han denuncia la perversidad del sistema social actual, un sistema cargado de un positivismo enfermizo y letal que, de forma insidiosa, ha logrado invertir los valores de la sociedad disciplinaria tal y como la conceptualizó Michel Foucault en la década de los ‘70. Si esta se caracteriza por su negatividad, expresada en el “no poder” o en el “deber” de las obligaciones, la sociedad de hoy es, más bien, una sociedad cargada con la positividad del rendimiento. Ahora, más que el “no poder”, el valor social de un sujeto lo determina el “poder”: cuanto más podemos, más valemos.

Y no hace falta ir tan lejos para comprobarlo. El discurso empresarial —y en este se incluyen, lamentablemente, también las O.N.G.—, ha sido absolutamente conquistado por este paradigma de la positividad enfermante. Día tras día, vemos cómo nuestros jefes, directivos, mandos intermedios, expertos en coaching —nueva figura de la sociedad del rendimiento—y todo acólito del Yes we can que como tal se precie, nos inoculan su veneno a través de conceptos y propuestas golosas como: motivación, equipos de alto rendimiento, proyectos innovadores, iniciativa, proactividad, etc.

Esto tiene sus beneficios, al menos para el discurso del poder, en tanto y en cuanto el sujeto del rendimiento es mucho más dócil y más productivo que el sujeto de la obediencia. Para esto, nos hace creer que somos libres, que gestionamos incitativas propias, que progresamos y crecemos, pero es una libertad paradójica y que raya la violencia. Y la clave está en otro de los nodos organizadores del ensayo de Byung-Chul Han. Para el autor, se trata de la desaparición de dos elementos fundamentales como son la otredad y la extrañeza[2]. Son dos conceptos que Han toma de la inmunología y que darían cuenta del locus de donde provienen las amenazas al sistema y contra los cuales se pondrían en marcha las reacciones inmunitarias. Un ejemplo claro: el de los virus. Pues bien, en la sociedad del rendimiento, ese locus ya no es externo, sino que está completamente internalizado.

En este sentido, nada es más falso que creer que el “poder” de la sociedad positiva ha ocultado o ha hecho desaparecer al “deber” de la disciplina. Por el contrario, más que corte hay continuidad. El “deber” de la disciplina se ha metamorfoseado en el “deber” del rendimiento y su cara más visible no es otra que la autoexigencia con la que, día a día, se castiga el sujeto de la sociedad actual. Si antes víctima y verdugo eran dos polos opuestos y complementarios, hoy, ambos términos coinciden en el individuo. Es él quien, al mismo tiempo, funciona como brazo ejecutor y víctima de sí mismo. Lo que antes era un locus imperativo externo, ahora está absolutamente incrustado en la psique del individuo, a la manera de instancia supeyoica que fustiga en pos del exceso de trabajo y la autoexplotación. Él es su propio virus. Nuevamente, tal y como ya lo afirmara el psicoanálisis, se trata de un sujeto sujetado.

¿Cuál es, por tanto, el resultado de todo esto? Byung-Chul Han lo expresa de forma magistral: si con la sociedad disciplinaria se generan locos o delincuentes, la especialidad de la sociedad actual del rendimiento son los fracasados, derivados estos de los trastornos límite de la personalidad, la hiperactividad y la depresión. En estos términos, la depresión por agotamiento y el burn out o síndrome del quemado, no son sino el cansancio producto de la presión por el rendimiento. Si bien, en un principio, la depresión puede estar supeditada al cansancio del “crear y del poder hacer”, el verdadero lamento del depresivo se desencadena cuando cae en la cuenta de que “no puede poder más”. Y esto solo se explica y se entiende dentro de un discurso que sostiene que “Todo es posible”, que “Siempre se puede un poco más”. Por eso, la depresión actual, también lleva implícitas las señas de un duelo, de una pérdida: en este caso, la de no estar a la altura[3].

Byung-Chul Han va un paso más allá y, en su ensayo, dirige su flecha hacia otra de las aristas del problema: la administración del tiempo y sus efectos. Para ello, analiza uno de los bastiones del discurso del rendimiento: el concepto de “Atención multitasking”. Muchas tareas a la vez, varios procesos atencionales abiertos en el mismo momento y gestión de tiempos a contrareloj, son la marca de agua que subyace en cualquiera de los ámbitos laborales de la sociedad actual. Ante esto y de manera rotunda, Han afirma que esta vorágine nos acerca más al salvajismo que al progreso de la civilización, ya que, la necesidad de la atención multifocalizada, imprescindible para la supervivencia, es más propia del mundo animal que del humano[4].

Imposibilidad para anclar en un punto fijo, relaciones efímeras o de touch and go, estar en varias cosas o lugares a la vez —el universo virtual lo permite— y otras tantas formas de multitasking, son la prueba de la escasa tolerancia al hastío y al aburrimiento que caracteriza a nuestra sociedad actual. Una era que no cree en el “Menos es más” y en la que, nuevas formas de ocio sin contenido y sin sustancia, nos alejan cada vez más de la relajación espiritual y la contemplación necesarias para la creación y la evolución personal. Por el contrario, la agitación y la hiperactividad actual no serían más que la etiqueta de un profundo estancamiento, el cual ni produce ni genera nada nuevo y solo reproduce o acelera lo que ya existe[5].

En síntesis: autoexplotación, autoexigencia letal, depresión y cansancio, aburrimiento, apatía, estancamiento espiritual y falta de libertad, son las nuevas caras del supuesto y anhelado progreso. Poco antes de acabar su ensayo, Byung-Chul Han afirma: “la hiperactividad es, paradójicamente, una forma en extremo pasiva de actividad que ya no permite ninguna acción libre”[6].


Creo que se merece una reflexión.




Fernando Adrian Mitolo ©

Marzo de 2018



Otras obras del autor: La sociedad de la transparencia, La expulsión de lo distinto, Topología de la violencia, El aroma del tiempo, entre otras.




[1] Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio (Herder – 2012) 

[2] Íbid, pág.7

[3] Íbid, pág.14

[4] Íbid, pág.17-18

[5] Íbid, pág.18-20

[6] Íbid, pág.29



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