El viaje

Dedicado a J.C., quien, con su maravillosa foto titulada: "Wrapped" - http://www.instagram.com/juliocesar84, ha inspirado mi relato. 

 
Wrapped
 Aquella madrugada, los zarpazos del insomnio lo empujaron hacia un nuevo viaje, otro de tantos, pero que, en este caso, le revelaría por fin el verdadero lugar en donde encontrar las respuestas a su pertinaz desconsuelo. De modo que, sin esperar a que el amanecer despertara del letargo, tomó su morral, cargó un par de provisiones y salió.

Caminó durante largas horas, con el paso lento y con la cara humedecida por un piélago de lágrimas que se resistían a dejarse morir. Atravesó senderos y caminos yermos, y hurgó entre la negrura de ramajes y hojarascas muertas, cuyas siluetas, tras los últimos estertores de esa noche sin luna, como si de un destino fatal se tratara, volvían a internarse en la lobreguez de un manto de niebla. Continuó avanzando por la planicie, convencido de que en algún momento encontraría lo que buscaba, hasta que, finalmente, tras el velo de la neblina, allí estaba, delante de sí, estoico y con las ramas como si fueran púas atravesando el aire para llegar al cielo.

Con una actitud de sumo respeto, alzó la vista hacia el árbol centenario, lo miró durante unos minutos y, cuando estuvo preparado, fue hacia él. Una vez allí, se sentó frente al tronco robusto, respiró hondo, lo abrazó y dejó que su mano desapareciera por la hendidura mágica. Su cuerpo, aún tembloroso, se estremeció al sentir el frío de aquella oquedad que acariciaba la palma de su mano ajada. Sus pensamientos comenzaron a alborotarse y de su interior surgieron sus eternas preguntas, las mismas de siempre: ¿por qué tanto dolor ante la incertidumbre de saberse o no amado? ¿Por qué, a pesar de los años que ya rayaban la cima de la vida, no encontraba consuelo ante la soledad? Y, como tantas otras veces, lloró, lloró implorando respuestas.

De pronto, desde lo más profundo de esa matriz de madera, una bola de luz se posó entre sus dedos, suave y tibia como la más dulce de las mieles. Presuroso, sacó su mano de la grieta, dejó la bola sobre el suelo y la miró con los ojos de la ignorancia. Y observó que aquella luz encerraba una imagen: era la imagen de su propio reflejo, tendiéndole una mano y ofreciéndole algo envuelto en un lienzo de color dorado. Se acercó, lo tomó suavemente entre sus manos y, al desenvolverlo, vio que dentro de aquel paño había un centenar de letras sueltas, palabras a medio terminar y unas cuantas frases desordenadas. Y ahí estaba la respuesta, esa que tanto anhelaba y que había estado allí desde siempre, pero que solo le fue posible verla en ese instante y no en otro. Fue entonces cuando comprendió que allí, en ese preciso momento y no antes, comenzaba su verdadero viaje.


Fernando Mitolo © 


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